Por: Juan Carlos Segales L.
Comunicador Social
En el vasto universo de internet, las fake news y la desinformación representan desafíos profundos, especialmente para sociedades que buscan construir un modelo de vida en armonía, donde la verdad, la responsabilidad y el respeto a la comunidad son esenciales. El “Vivir Bien”, filosofía que aboga por la coexistencia respetuosa entre los seres humanos y la naturaleza, encuentra en la verdad y en la comunicación responsable uno de sus pilares. Sin embargo, en un contexto de desinformación constante, estos valores fundamentales se ven cada vez más amenazados.
Hoy, en lugar de priorizar la veracidad y el bien común, muchas estrategias de comunicación apuntan a sobresalir a través del impacto y la inmediatez. La lucha por captar la atención digital ha convertido al contenido en un producto de consumo instantáneo, dejando de lado el valor de una información auténtica y contrastada.
A menudo, este fenómeno, en especial en las redes sociales, se alimenta de burbujas informativas y filtros personalizados, que encierran a las personas en “cápsulas” donde solo ven y escuchan aquello que refuerza sus opiniones y creencias preexistentes. El internet, que originalmente prometía abrir espacios para la diversidad de ideas, hoy es un espacio donde la información se replica y se manipula con facilidad, transformando mentiras en aparentes verdades.
Cuando las fake news proliferan, no solo se daña la confianza social, sino que se debilitan los lazos en la sociedad, en la comunidad y se atenta contra la solidaridad, elementos centrales del Vivir Bien. La desinformación es, en este sentido, una forma de violencia simbólica: destruye las bases de una convivencia justa y equitativa y daña la estructura social al hacer que las personas desconfíen unas de otras y de sus instituciones. Las fake news buscan dividir, enfrentar y polarizar, cuando lo que el Vivir Bien promueve es unificar y construir una sociedad inclusiva y dialogante.
En el ámbito político, las fake news se convierten en armas de manipulación emocional, alimentando prejuicios y explotando miedos colectivos. En momentos de crisis, cuando nuestras sociedades necesitan respuestas claras y cooperación, las noticias falsas actúan como un veneno que intoxica el flujo de información y dificulta la respuesta comunitaria coordinada.
Las consecuencias de una campaña basada en desinformación no son solo la confusión o el desconocimiento de ciertos hechos, sino que impactan directamente en la salud emocional de la sociedad, generando ansiedad, desconfianza y conflictos internos. En lugar de contribuir a la armonía y la cohesión social, la desinformación mina los principios del Vivir Bien, que promueven la paz y el respeto mutuo.
Históricamente, la política ha recurrido a la manipulación y, en muchos casos, a la mentira como estrategia para captar votos o influir en la percepción pública. Sin embargo, en la era digital, esta práctica ha alcanzado un nivel de sofisticación y efectividad sin precedentes. La tecnología y los algoritmos permiten que las mentiras lleguen a un número vasto de personas en tiempo récord, saltando de una pantalla a otra y reproduciéndose sin apenas encontrar obstáculos. Y, lamentablemente, muchas personas tienden a creer en grandes mentiras, especialmente cuando estas están repetidas hasta el punto de saturación. Este fenómeno genera una “intoxicación” informativa que va más allá de la desinformación: envenena la esfera pública, convierte a la información en un recurso de manipulación y erosiona la base sobre la cual se construye una democracia sana.
En la visión del Vivir Bien, la comunicación debería ser un espacio para el entendimiento mutuo y la resolución de problemas comunes, no un arma para sembrar discordia. Las fake news representan, entonces, un acto de agresión contra el tejido social. Por tanto, es fundamental que las sociedades adopten un enfoque basado en los valores del Vivir Bien para combatir la desinformación, poniendo en el centro de la comunicación el respeto a la verdad, el compromiso con el bien común y la construcción de lazos de confianza.
La respuesta a esta crisis de desinformación debe ser integral y profunda. Las políticas que regulan el tráfico de noticias falsas y promueven la educación mediática son esenciales, pero deben ir acompañadas de un cambio cultural que revalorice la verdad como un bien común. En una sociedad que aspira al Vivir Bien, todos los actores —medios de comunicación, instituciones públicas, empresas tecnológicas y ciudadanos— tienen la responsabilidad de promover una comunicación que sea veraz, justa y orientada al bien de la comunidad.
La transparencia y la autenticidad deben ser el núcleo de cualquier comunicación política que aspire a una sociedad justa y respetuosa. En un sistema político que se basa en la confianza mutua, la desinformación no solo es un abuso de poder, sino una traición a los ideales de la comunidad.
La lucha contra la desinformación es, en esencia, una lucha por el alma de nuestras sociedades. Para aquellos que creen en el Vivir Bien, esta batalla es también una defensa de los valores de respeto, equidad y armonía. Solo mediante un compromiso colectivo con la verdad y la comunicación responsable podremos construir una sociedad donde el diálogo y el entendimiento prevalezcan sobre la manipulación y el engaño. El reto es inmenso, pero la recompensa de vivir en una sociedad verdaderamente informada y cohesionada vale cada esfuerzo.